Tanto que decir

Me despierta la vibración de la pulsera y me pongo en marcha como un autómata. No es algo malo, me gusta empezar las mañanas de forma mecánica. Rompo un poco mi rutina sirviéndome el café frío del día anterior. Tampoco es algo malo, me gusta el café frío.

Guagua, tren y me siento a escribir frente a una señora que me echa una mirada de sospecha de vez en cuando. Fantaseo un poco sobre el motivo, también me planteo que puedo estar equivocado.



Entre tanto, el tren llega a su primera parada junto al estadio del Ajax, una monstruosidad de cemento que no destaca tanto como debería, pues está rodeado de edificios de dimensiones considerables. Considerables, pero no mayores. Dentro del estadio uno debe sentirse en un mundo paralelo, aislado del bullicio exterior inmerso en el bullicio interior.

No lo sé a ciencia cierta, lo más cerca que he estado de ello fue una visita guiada al Camp Nou cuando era un crío. No porque me apeteciera entrar, sino porque era parte de un viaje de un touroperador que incluía una visita al museo de cera, que se encontraba cerrado por reformas, ver de lejos la sagrada familia a medio acabar por Gaudí y una visita al Parc Guell que recuerdo con especial cariño.

Me doy cuenta de que el tipo sentado en los asientos de al lado está jugando al minecraft en su iPa(i)d (a lot). De pronto me acuerdo de la obscena cantidad de horas que invertí en un juego que no tenía más contenido que el que tú pusieses en él y empiezo a plantearme si no es que el éxito del juego se debe a una debilidad del ser humano.

Estamos llegando a Ámsterdam.

De camino a la oficina le doy vueltas al asunto del juego. Se trata de un entorno virtual en el que tienes que conseguir sustento y cobijo para sobrevivir. Una vez tienes lo básico: Una pequeña granja, un arma, herramientas y un techo, la cosa podría darse por acabada y el juego podría llegar a aburrirte.

Contra todo pronóstico, no te aburres, sino que sigues. Porque tu personaje tiene equipo, sí, pero puede mejorar. Además puedes ampliar tu casa, automatizarla hasta cierto grado. Las necesidades que el juego te exige están cubiertas, es el jugador el que crea la necesidad de crecer y expandirse. Y esta necesidad no se satisface repitiendo el mismo proceso que te llevó a ese punto. Tienes que complicarte, ir a lugares a los cuales no habías ido antes y crearte tú mismo problemas que antes no tenías.

Y engancha. El juego fue un éxito de ventas y sigue teniendo una enorme comunidad activa e implicada. Todo porque la gente no se conforma con cubrir sus necesidades, quieren lograr cotas más altas y están dispuestos a complicarse la experiencia de juego para lograrlo.

En ese momento paso al lado de un chaval con un set de pintas bastante específico. No sé muy bien a qué tribu urbana pertenece, pero me recuerda a mi época de pintas heavy (las pintas se me pasaron, el resto no) y a la constante batalla de explicar que aquello no era una moda, era como me sentía por dentro.

Cierto es que tuve otras rachas y otras pintas. Alguna fue una moda, otra un intento de encajar, pero las últimas sí que reflejaban como me sentía por dentro. No solamente la época del cuero y las cadenas, también una etapa... Animista, como lo definió un por entonces amigo.

Sonrío para mis adentros pensando en si realmente se sentirá por dentro como aparenta por fuera, lo hace por moda o por encajar. Espero que sea lo último.

Entro en el metro y me planteo que si tuviese súper fuerza podría dar un par de saltos y ponerme en la oficina.

Claro que, con superpoderes a lo mejor me haría bombero.

O astronauta.

En el espacio no hay sonido y Star Trek es una serie de scifi conocida por intentar tener todo el rigor científico posible. Sin embargo, en las batallas de naves se escuchan los disparos y las explosiones. Igual es porque sin sonido serán demasiado aburridas.

Me bajo del metro.

Pero en Galáctica no, lo arreglan haciendo los planos espaciales más cortos y con una banda sonora cojonuda, salvando la versión de "All along the watchtower".

Hmn... Abro la app de música para poner la canción original, pero cambio de idea, pongo la versión de Jimmy Hendrix.

Me viene a la cabeza la idea de lo genial que tendría que haber sido estar en Woodstock y haber escuchado a Hendrix y a Janis Joplin. Claro que hablamos de unos eventos en los que había muchísima droga.

No creo que alguien con una imaginación como la mía estuviese a salvo metiéndose un cuarto de los alucinógenos que se metía el asistente medio.

Sé de un tío que los probó y se quedó catatónico. Ni siquiera fue una dosis fuerte, simplemente se le apagaron los focos.

¿Qué grado de psique le queda a una persona así? ¿Sentirá el paso del tiempo? Creo que la peor situación que uno podría vivir es el síndrome de enclaustramiento, estar plenamente consciente a la par que incapaz de mover el cuerpo de modo alguno.

Entro al fin a la oficina, saludo a uno de mis compañeros. Un señor que viste con una elegancia exquisita y que siempre es el primero en llegar. Le pregunto si quiere café y me dice que no, que ya tiene.

Cuelgo la chaqueta y voy a por un café para mí.

Lo que acabas de leer es lo que pasa por mi cabeza en un día normal de camino a la oficina.

Si no escribo es porque últimamente no tengo tiempo, no porque no tenga nada que decir.

Volveré.

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