Pasos en la dirección correcta

Me despierto sin necesidad de despertador. La noche anterior me acosté pronto y no tengo horarios, si entrego a tiempo, mi jefe está contento.

En el exterior la temperatura ronda los treinta grados y mi novia ha salido hace unas horas para asistir a clase. Me levanto para hacerme el desayuno y me encuentro café hecho y un mensaje en el móvil deseándome buenos días y mandándome un beso.
Guardo el susodicho móvil, una bestia de última generación con android 2.0 (eclair) de una marca que no nombraré porque les tengo bastante asco y no quiero hacerles publicidad aunque sea mala.

Me visto y voy caminando al trabajo, que está a cuatro calles de mi casa y mientras el ordenador arranca voy poniendo la cafetera, pienso equivocadamente que en el futuro cercano me desengancharé del café porque no me gusta tener rutinas.

Rutina...

Hay algo que tengo que hacer todos los días y que no...

El bramido ensordecedor de la alarma inunda el edificio y corro a meter el código antes de que me perfore un tímpano.

Por el camino olvido la diferencia de nivel entre mi oficina y el resto de la planta y caigo en vacío desplomándome como un muñeco de trapo. Espero no volver a tener una caída como esta.

Me levanto dolorido lo más rápido que puedo para llegar a poner la alarma... a la segunda, no ayuda tener dolor en cada hueso y los tímpanos siendo martilleados.

Vuelvo a la oficina y me sirvo un café cuando me llega un mensaje de mi churri. Al teclear me parece que el teclado tiene sonido, cosa que siempre desactivo y me acerco el teléfono a la oreja con la intención de pulsar una tecla para ver si suena.

Mi tono de llamada, un berrido gutural sacado de un tema de death metal suena justo en el momento en el que acerco el altavoz a mis ya sufridos oídos.

Recojo mi teléfono y mi corazón del suelo. Es mi jefe.

- Mira [insertar aquí apelativo utilizado a una persona que mama y que rima con salmón] ¿Qué [insertar referencia soez al contenido del escroto] pasa con tu culo?
- Con mi culo nada. ¿Qué pasa con tu cabezón? - Digo entre sollozos por la carrera y el susto.
- Mira... Me llamaron de Seguratas Sin Corbatas Inc. ¿Te volviste a olvidar de la alarma?
- No... La alarma se olvidó de mí. Estoy haciendo café. ¿Quieres un enema?
- En un rato estoy por ahí.

Después del susto, la pérdida de audición permanente, el morrazo contra el suelo y el segundo susto, abro el IDE y al ver el código, echo de menos el sonido de la alarma y la taquicardia: La parte servidor de mi aplicación es en PHP.

Lo que acabas de leer no es una de mis pesadillas psicodélicas, era un día más o menos normal de mi primer trabajo como informático. Aún no me había casado y poco sabía de lo que me deparaba el futuro, desde irme a otro país hasta tener dos monstruos adorables personitas que comparten mi ADN.

El proyecto en el que trabajaba estaba hecho en buena parte en una tecnología que empecé a detestar apasionadamente con cierta presteza. Hoy día, cuando alguien me nombra PHP en presencia de mi mujer o mi amiga del alma, ellas se va a tomar café. Mi vikingo favorito y el abogado del diablo, por otro lado, se ponen cómodos: Les encanta verme escupir bilis.

El trabajo en sí mismo, aunque fue gratificante al completarlo, siendo mi primer proyecto, supuso lidiar con una tecnología sub par y trabajar solo sin un guía. Lo que implica miserias constantes y posibilidades de crecimiento limitadas.

A pesar de ello y de que tuvimos nuestros más y nuestros menos, tenía un jefe de puta madre.

Esto viene a una conversación reciente sobre cambios de trabajo me puso los engranajes a moverse.

A lo largo de mi muy intensa carrera profesional he hecho muchísimos cambios y solamente en tres ocasiones me he marchado de un trabajo sin dudas sobre si estaba tomando la decisión correcta y en dos ocasiones el único punto en común era que tenía un mal jefe. La otra vez que no tuve dudas era debido a que me movía a tierra de canales y aunque estaba muerto de miedo, sabía que era un paso que tenía que dar.

Las dos ocasiones del mal jefe tuvieron un punto en común: El jefe problemático estaba por encima, no era mi jefe directo.

Y ojo, uno de esos trabajos supuso una relación con un mentor que supondría la guía fundamental que me convertiría en el profesional que soy hoy día y una amistad de esas que llevan a invitarlo a tu boda.

Sin embargo, creo que el punto en común de mis relaciones profesionales placenteras fue tener a un jefe con el que conectaba y al que no me apetecía dejar mal de cara al cliente/directivos.

Cuando me fui de una empresa en la que estaba empleado fue para crecer o para dejar atrás la lluvia marrón que caía en cascada jerarquía abajo.

De este paseo por la vida he sacado dos cosas:

  1. Es más fácil dejar atrás un mal jefe que un mal trabajo.
  2. No sabes si vas en la dirección correcta hasta que llegas a un punto en el que quieres estar.
Respecto al segundo punto: Encontrar el lugar en el que quieres estar es cuestión de buscar.

Y ahí está la gracia: Si te mueves para encontrar tu lugar en la vida y perseveras al final llegarás, con lo que cualquier camino que tomes será la dirección correcta.

Si no estás a gusto donde estás y tienes la posibilidad de moverte: Hazlo. Es la única forma de crear una cultura profesional que funciones. Al final las empresas que ven que su mejor talento se va, tendrán que elegir entre cambiar su cultura o perecer. Y ambos resultados hacen del mundo un lugar mejor.

No tienes raíces aunque te digan que sí: Muévete y se feliz.

O no, soy un mecanógrafo sobrevalorado, no tu jefe.

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