En casa del herrero, cuchillo de acero inoxidable de primera calidad
Me levanto con la vibración de la pulsera y me deslizo de la cama de camino a la ducha. Un remojón helado y compruebo con el móvil los registros de errores críticos que puedan haber surgido la noche anterior. Puedo hacerlo porque la señal llega perfectamente a la planta alta, tengo configurado un router alternativo a modo de repetidor para asegurarme de ello.
Mientras saco a las perras compruebo con el móvil la agenda del día y me conecto en remoto al ordenador de casa para subir a la nube el trabajo que dejé a medias el viernes, es más rápido que hacerlo directamente cuando vuelva a casa.
Ya en la oficina recibo un mensaje de mi señora contándome que tiene un problema con el ordenador: Hace poco cambiamos la contraseña de la cuenta de netflix y no recuerda la nueva, como ningún profesional que se precie enviaría una contraseña a través de internet, aunque sea una contraseña que no uso para ninguna otra cosa, puesto que usar la misma contraseña para todo tampoco es profesional, conecto en remoto, conexión que va cifrada.
Introduzco la susodicha contraseña, que a la par está hecha con un patrón de generación que hace casi imposible romperla por fuerza bruta, no utiliza información privada que un hacker pueda conseguir y es realmente fácil de recordar.
Recuerdo que se me ha acabado el yogur y lo añado a la lista de la compra online que comparto con mi mujer.
Por si no lo vas viendo: Tengo todo componente tecnológico que quiero usar disponible en mi casa y acorde con estándares de calidad profesionales.
¿Que a qué viene esto? A que soy alérgico al conformismo, me parece lamentable ver que se utilice un refrán como excusa para un comportamiento reprobable.
Soy defensor de que tu oficio es parte de tu persona, hace ya mucho un colega me dijo que no creía en la separación de imagen profesional y personal porque al final, cuando te contraten, te estarán contratando a ti.
Más aún, con los años me he dado cuenta de algo: Si alguien te contrata como profesional sin tener en cuenta cómo eres como individuo, es que no te ve como a un ser humano y eso a veces puede ser hasta deseable, especialmente para relaciones profesionales cortas, pero en general es algo que deja mucho que desear cuando se trata de buscar un entorno de trabajo saludable.
Hay líneas, claro, yo no me fiaría menos de un oncólogo porque tuviese cáncer, pero hay un sesgo de percepción que nos hace menos proclives a confiar en médicos enfermos. Un claro ejemplo es el infame caso de Mercedes Milá en el que intentó desacreditar a un químico que denunciaba una dieta milagro porque éste tenía cierto sobrepeso.
Pero de ahí a confiar en una empresa especializada en protección contra suplantación de identidad a cuyo CEO han suplantado trece veces hay un abismo. Un abismo que millones de personas ha cruzado, LifeLock obtuvo unos beneficios netos de cincuenta y un millones de dólares en dos mil quince.
Ver a un cocinero con un cuchillo mellado en su casa o a un carpintero cuyos muebles se caen a pedazos y cuyas puertas erosionan el suelo cada vez que se abren no debería ser algo que justificar con un refrán manido.
De verdad, que hackeen a un hacker puede pasar, pero ¿que te roben la identidad trece veces? Cuando te pasa eso, eres tonto y tus clientes son más tontos aún.
No se trata de ser el mejor, sino de ser lo bastante bueno. A ser felices.
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