Paternidad acelerada
Me levanto por la mañana, no ha sonado el despertador sino que un quejido entre risas nerviosas de mi señora me ha puesto en alerta.
Deimos se ha puesto en pie en la cuna y está rascando la pared como si quisiese arrancar la pintura. El crío se gira a mirarnos y nos sonríe para luego seguir a su rasca rasca. Sí que da un poco de yuyu el maldito.
Me pongo en marcha hacia la oficina con mi habitual alegría un lunes por la mañana y empiezo a repasar los últimos siete meses y medio de mi vida con un poco de melancolía. Parece que fue ayer cuando mi mujer me contó que, al perderlos de vista el tiempo que se tarda en comprobar si las papas (patatas para los colonizadores) del puré estaban hechas, los enanos consiguieron apoderarse de los dos teclados del portátil del salón (el del propio portátil y uno inalámbrico que usamos como mando a distancia) y lograron poner la vista en vertical y bloquear el sistema. La niebla mañanera se disipa un poco de mi mente y me doy cuenta de que literalmente fue ayer cuando me lo contó.
Las últimas semanas han traído una serie de cambios que parecen deseables: Todo padre quiere contar a sus amigos y vecinos lo precoz que es su prole, que con tres meses hacía esto, que con seis lo otro... Me llega un mensaje con vídeo al Telegram.
Phobos camina agarrado a la mesa de café. Da un paso cada treinta segundos, pero va del punto A al punto B. Dicen de los canarios que estamos "aplatanaos", lo que realmente pasa con la gente de las colonias es que nos gusta tomarnos nuestro tiempo para disfrutar de la vida. Claro que ahora mismo la vida es un tren que pasa a alta velocidad por un páramo precioso que no podrías disfrutar aunque le dedicaras toda tu atención. Y yo no puedo pararme a mirar porque uno de mis hijos se está comiendo el panfleto de publicidad del supermercado local mientras el otro está a punto de darse de cabeza contra un tablón.
Sé que tengo mucha suerte por muchos de los avances que hacen mis enanos. Las noches sin dormir se acabaron para mí apenas empezaron: En el tercer mes se despertaban sólo una vez cada noche y a finales del cuarto ni eso, dormían toda la noche del tirón. También está el asunto de que agarraban el biberón con cuatro meses, dejándonos las manos libres durante la hora de la comida.
Sin embargo...
No puedo dejar de pensar que todo se mueve a una velocidad vertiginosa y de que antes de lo que esperamos vamos a tener que andar corriendo uno detrás de un descerebrado que quiere tirarse del tobogán de cabeza y la otra detrás de un díscolo que está terminando de trepar un árbol del que no va a saber bajar (poco a poco, súbitamente sabemos bajar todos).
Si me lee el maquinista, no quiero parar el tren, sólo que no nos descarrilemos por correr demasiado.
A ser felices, pero muy rápido, como si os corriera prisa.
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