Paternidad

Phobos manosea el aire intentando reproducir el gesto que hace su hermano cuando quiere que le cojan. Deimos, por su parte, intenta terminar el biberón que su hermano ha acabado antes.


Tomo a Phobos para cambiarle el pañal. Lucha. No me deja quitarle la ropa, no quiere que le quite el pañal, se defiende ante mis intentos de limpiarlo y lucha ferozmente contra la crema hidratante. Poner de nuevo el pañal parece que se hace cuesta arriba, pero no es nada comparado con enfundarlo en el pijama. Termino exultante y descubro que Deimos ha terminado su biberón y la Churri lo ha cambiado y vestido hace rato y me mira con una sonrisa chulesca.


-- ¿Ya?


Los ponemos en la cuna y nos vamos a dormir con la esperanza de escuchar el despertador antes que a ellos.


Sí, ocurre, el despertador vuelve a llamarse despertador y abandona por fin su nombre temporal: "Avisador de que llevas dos horas despierto desde la última toma".


Como ya he dicho en alguna ocasión, las cosas se vuelven más reales para mí cuando escribo, así que no he tenido tiempo de analizar la realidad de ser padre hasta ahora.


Empezaré un poco por lo que más me suele gustar: La parte polémica. Uno de los mitos que me llegó por parte de varios conocidos es que cuando tuviese a mis hijos entre mis brazos iba a sentir algo que no podía explicar.


Pues no, no he visto que haya nada mágico en ser padre y ver a tus hijos.


Me maravillo de la suerte que he tenido de que hayan salido sanos y fuertes. Disfruto a cada momento de sus gestos y tonterías y cuando hacen algún desastre, mayormente a base de vomitar, no puedo estar enfadado con ellos más de unos segundos, pues luego sonríen y se me pasa todo.


Sí que puedo explicar esa sensación: Lo que siento por mis hijos es algo totalmente normal para la supervivencia de la especie, mi cuerpo se pone hasta arriba de hormonas para que sienta un afecto por ellos mayor incluso que mi instinto de supervivencia.


Y al que me venga con que soy un agonías y que siempre tengo que quitarle la magia a las cosas, le daré la razón en el segundo punto.


En cuanto al primero, me relato a lo dicho por Luis Piedrahíta respecto al trágico incidente en Italia en la que una familia pro-homeopatía causó la muerte de sus hijos por no darle unos antibióticos:




También me gustaría citar al gran Douglas Adams al respecto (traducción propia):




¿No es suficiente ver lo hermoso que es un jardín como para tener que imaginar que hay hadas en el estanque?



Y es que a esto voy, yo no estoy quitando nada de lo maravilloso de ser padre, son los que me tachan de aguafiestas e insisten en que lo que sienten por sus hijos es algo incomprensible los que quitan parte de lo maravilloso.


Porque yo no necesito una energía invisible e incomprensible para querer a mis hijos hasta el punto de dar la vida por ellos si fuese necesario. Si para ti la magia de tener hijos consiste en sentir cosas etéreas que escapan al entendimiento, quizá deberías dejar de flipar en colores y poner atención a tu descendencia, los niños son algo maravilloso en sí mismo sin necesidad de magia alguna.


Así que no, no han sido cinco meses mágicos.


Han sido cinco meses durísimos. Meses de falta de sueño. Un periodo de altísima irritabilidad. Un tiempo en el que mi mujer y yo hemos pasado a un segundo plano, en el que hemos tenido que luchar para seguir siendo una pareja además de padres.


Se ha tratado de un lapso en el que hemos luchado solos. Tenemos familia y amigos, pero la mayoría no está por aquí y los que si están, también están en momentos de transición de sus vidas.


Dicho esto, ser padre estará siempre en esa lista en la que pones también el día de tu boda.


Mis hijos son portadores de felicidad y ser padre es algo absolutamente maravilloso. No creo que tener hijos me haya hecho perder calidad de vida, como decía la señora Samanta Villar, pero comprendo perfectamente que se sienta así, además de que explicar que tener niños es una esclavitud es algo que habría de decirle a todos los padres.


Porque sí, ser padre es una esclavitud. Estás atado a hierro a otro ser vivo y tienes que atender todas sus necesidades y el que crea que quiero menos a mis hijos por decirlo tiene un problema de perspectiva, mucha gente que le ayude con los críos o es simplemente un hipócrita.


Y vale la pena. Soy intensamente feliz con ello. Mi vida ha cambiado radicalmente desde que tengo los niños, mi esquema para organizar mi tiempo se ha desmoronado y he pasado de dos libros al mes a no haber leído nada en absoluto en cinco meses.


Da igual, cada vez que oigo reír a uno de mis vástagos se me pasa todo. Ya recuperaré el tiempo invertido. O no, no importa, me encanta ser padre y es un precio que pago gustosamente.


Sin embargo... ¿Tan mal está que alguien quiera constatar que hay un precio?


Me decía un amigo que cuando tu descendencia llega a tu vida, tú pasas a un segundo plano. Y de qué manera. Te das cuenta de que tienes que renunciar a tus aficiones y de que no te importa lo más mínimo.


Luego viene lo hermoso.


Cada día están un poquito más grandes.


De vez en cuando duermen toda la noche de un tirón y cada vez es más frecuente.


Intentan hablar y hacen ciertas comunicaciones básicas: Un braceo para pedir que lo cojas, un gorgoteo para que le hagas pedorretas...


Intentan gatear, pero se mueven hacia atrás y se frustran.


Se dan la vuelta, se vuelven a poner boca arriba, vuelven a girarse y luego lloran porque han llegado al borde de la cuna rodando y no pueden seguir girando.


Sonríen cuando te reconocen y si llevan todo el día sin verte porque has estado en el arrozal ganándote las judías, esa sonrisa les ilumina como un faro y a ti se te derrite el corazón.


Y lo que es mejor: Se adaptan, a veces te agobias intentando ser el padre perfecto cuando eso es algo que tus hijos no necesitan. Te necesitan a ti tal y como eres. Una versión un poco mejor de ti podría ser conveniente, pero porque siempre se puede mejorar.


Los niños sólo necesitan que seas un padre mínimamente bueno para ser felices. En lugar de agobiarte para ser el padre del año, trabaja en ser lo bastante bueno, luego sé tu mismo y si dispones de más energía, vuelve a verterla en los críos. No intentes volcarlo todo ahí de primeras, porque es muy fácil anularse uno mismo y eso no es lo que tu prole necesita.


Así que, ¿qué es ser padre para mí?


Entender que tus hijos son algo real y nuclear para tu vida, no un elemento más ni algo mágico que se resuelva por sí solo. Son el centro de tu vida y debes actuar en consecuencia.


Aceptar el precio gustosamente. Por esto defiendo que se asuste un poco a los futuros papás con la verdad del asunto. Si no estás dispuesto a desprenderte de ciertas libertades, igual no es el momento de ser padres.


Disfrutar. No preocuparse demasiado más allá de que los niños estén provistos y atendidos. Intentar encontrar un tiempo para ser marido y persona.


Al final resulta fácil, porque los niños son una recompensa enorme de la que disfrutamos día a día y que no podemos aborrecer. Todo el esfuerzo invertido en ellos compensa enormemente.


A ser felices. O no, según os venga en gana.


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